Por tal, por reivindicación de los secretos que reclaman desde el cuadro, podrían citarse los versos, tan definidos en su diseño humanizado: “Esa palabra y su sombra,/ forman la abrupta cicatriz que recuerda tu nombre” Se trata, en efecto, de una poesía de trazo, esto es, con voluntad descriptiva, didáctica, clara en cuanto al objetivo, y todo ello con esa larga evocación hacia una imagen abierta, sutil, de descubridor de mundos no solo reales, sino emocionales. Una simbiosis de palabra y gráfico intuido que resulta de una convocatoria difícil de eludir para el buen observador: “Camino sobre las aguas/ hacia el color por nombrar./ Una especie de azul/ para envolver atardeceres,/ como un añil bonjour tristesse”.
Parece como si el espectador hubiera de estar necesariamente implícito dentro de la composición, de esta relación significación-color, lo que otorga al texto una profundidad muy peculiar que le añade una a modo de relieve atractivo: “No esperaba este privilegio,/ pues hace tiempo perdí/ el crédito de los espejos,/ y gané, con dardos cargados,/ mi lugar en el enfaldo de las palabras” Una poética, también, narrativa, más donde el protagonista no puede estar alejado como portador, a su vez, de voluntad, de sugerencia propia. Remite el texto, digamos, a una forma de humanización renovada donde la sensibilidad del mirar-actuar (el ejercicio de voluntad que suponen) es el protagonista del efecto artístico que se propone como ejercicio de expresión.
Apreciemos ese pensar-sentir: “Anochece sin color./ Protegida por el fieltro/ oscurecido del silencio,/ la piel de la memoria/ roza tu nombre,/ y el aire de esa inquietud/ agita la borra del recuerdo./ Soledad deshilachada,/ danza ingrávida del abandono,/ que amortigua el deseo/ de imaginar” Pues eso.
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